jueves, 7 de marzo de 2013

# 351


De modo que cambié. Me convertí en Magallanes o en Colón,
un explorador de los misterios de la mente, y aprendí,
despacio y a tropezones, lo que debía hacer.
Aprendí algo que hubiera resultado evidente incluso para un niño.
Que la vida es sencillamente una colección de pequeñas vidas,
y que cada una de ellas dura un día.
Que debíamos dedicar cada día a buscar belleza en las flores y en la poesía,
y a hablar con los animales.
Que no hay nada como una jornada empleada en soñar,
en disfrutar de la puesta de sol o de la brisa fresca.
Pero, sobretodo, 
aprendí que para mi vivir es sentarme en un banco junto a un viejo río,
con la mano en su rodilla, y a veces, en los días buenos,
enamorarme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario