Y un día pasó. Dejé de abrirle la puerta.
Dejó de dolerme y comencé a ser fuerte.
Tan fuerte que ya no era capaz de derramar ni una sola lágrima más por él.
Comencé a sonreír como hacía tiempo no lo hacía.
La ansiedad se convirtió en mariposas.
La vida se volvió a pintar de color.
¡Y qué color!